Eufrasio Martínez Valero ha fallecido.
Su nombre y su imagen quedan ligados en el pensamiento de miles de arjoneros, en diferentes generaciones.
Si es un hecho irrefutable que cada ser humano pervive mientras lo haga en la memoria de cualquier otro, en este caso es su memoria gráfica la que nos lo hace presente de modo permanente en cada una de nuestras imágenes dadas a la luz tras su objetivo.
Si su profesión fue la fotografía, su carácter afable, su conversación fluida y su amable proximidad lo legitiman como merecedor de la consideración de arjonero ilustre. El artista gráfico Juan Antonio Garrido Ortega acertó en su elección para incluirlo dentro de la galería de quienes con su imagen iluminaron durante un tiempo el patio de nuestro Ayuntamiento. En el pie de esta imagen suya aparece junto a su profesión el apelativo de político, faceta poco conocida para la mayoría de las nuevas generaciones de arjoneros.2
Y lo fue en esa áspera época dura del inicio de la etapa democrática de la que ahora disfrutamos. Y fueron duros aquellos momentos, muy duros.
Eufrasio encabezó la candidatura local de la UCD, partido político que gobernaba España cuando la solidez del presente quedaba en inestable equilibrio. En Arjona su Consistorio estaba presidido por Antonio Ruiz Sánchez, por el PSOE. Su diferente ideología política no le impidió a Eufrasio realizar una importante labor de oposición constructiva, promoviendo gestiones de gran calado para nuestra ciudad ante las autoridades provinciales, apoyado en toda iniciativa por su entrañable amigo Manuel Álvarez Pérez, miembro también del equipo de gobierno municipal mayoritario.
Pero si en esta apurada nota mi palabra no puede ni debe ser equidistante ni objetiva, podría validar su perspectiva biográfica la que figura como aproximación en el libro “Arjona en blanco y negro” del que Eufrasio es colaborador esencial e imprescindible.
Queden estas palabras como evocación de “un hombre bueno”, como aseguraba Machado, para quienes le conocieron e ilustración para quienes no lo hicieron.
LA FOTOGRAFÍA EN ARJONA
(…)
Tras la efímera permanencia en el oficio de otro fotógrafo de la ciudad, Vicente Morales, viene la figura de Eufrasio Martínez Valero, que bien merece “parada y fonda” en este breve recorrido por la fotografía en Arjona. Si la parada la hacemos a continuación, deberíamos manifestar que una buena parte de su infancia transcurre, precisamente en una fonda, el “Bar-Pensión Mi Casa” que regentaba su padre. De la justificación encontraremos seguidamente algunas razones. Veamos.
Nace Eufrasio allá por el año 1.932. Son sus padres Isabel y Salvador. Los apellidos de éste, apenas lo usaban los arjoneros, sus múltiples ocupaciones le daban datos y sobrenombres de identificación inequívoca. Sus abuelos Eufrasio y Alejandra ejercen una extraordinaria influencia en su vida. La calle Beneficiados conoce sus primeros pasos. Y sus amigos los hace cerca, próxima, como estaba, la Escuela de don José Contreras, padre del famoso barítono Ramón Contreras, y de cuya habilidad por generar fantasías le venía el apodo por el que era conocido entre la población. Su hermano mayor, Juan, le iba abriendo camino, despierto, creativo, ingenioso, buscavidas. La proximidad a la Escuela no le facilitó, sin embargo, su relación con ella. Sí que le sirvió en su sótano, entre las tinajas, de protección ante la inminencia del peligro si los terribles sonidos de la guerra caían cercanos. Con todo, la sensación de peligro no la percibían con nitidez los niños, que ajenos al dolor que se generaba por su causa, permanecían ocupados en sus juegos en la intemperie, en la plaza, en la calle o entre el batiburrillo de mundo que era la tienda de su abuelo.
Son los mayores quienes lo perciben en su integridad y buscan en otras tierras una limitada seguridad que no le ofrece la inmediatez del frente bélico. Será Mengíbar donde ponen sus ojos muchos arjoneros y entre ellos se cuenta el abuelo Eufrasio. Prudente y hábil, aprovecha su conocimiento de albañil y su astucia para preparar el regreso. Toma de la mano a los hermanos Juan y Eufrasio, los acerca a una ventana de las que dan a la calle y les muestra bajo su poyete un hueco abierto y junto a él una caja de latón de galletas. La abre y, escondidos entre trapos y papel de estraza, aparece un buen motón de duros de plata. Todo un tesoro para los niños. Cierra la caja y la guarda en el escondrijo. Cierra con algunos ladrillos y espeso yeso los ahorros de toda una vida. Con rostro sombrío cierra los ojos y aprieta fuerte las manos de sus nietos. Eleva después su mirada al cielo y remata los preparativos para la marcha. Deja la tienda en manos de unos amigos en quienes confía y el secreto en los ojos de los pequeños.
Permanecen en Eufrasio claros los recuerdos de su estancia en Mengíbar: el nacimiento de su hermano Salvador; la visión cercana de los horrores de la guerra en forma de esquirlas de metralla en las paredes de la iglesia mientras juega en la Plaza del Ayuntamiento junto a su hermano y a sus amigos, los Beltrán mengibareños; las faenas zapateras de su padre en aquella población; el rápido aprendizaje de las mismas por su abuelo para sustituir los ingresos perdidos cuando su padre es reclutado para incorporarse al frente; el olor y el sabor de las tortas de moyuelo, que sustituyen a las de harina cuando esta escasea y abunda el hambre disfrazado con tortillas de huevo sin huevo y se acentúa la estrechez permanente en la pelea diaria por la supervivencia. En fin, una vida más, reflejo de la de tantos arjoneros aquí y allá en tan duros años.
Al fin de la contienda fratricida, se suceden el regreso a Arjona, el nacimiento de su hermana Clara, la reincorporación a la vida en precario en la posguerra, la recuperación de la tienda por el abuelo y del bar por su padre... y del tesoro escondido. Con él, su conversión en moneda legal, vuelta al respiro contenido, al trasiego comerciante, a las libretas necesarias de apuntes de deudores que tienen la obligación de sobrevivir, a la vida regulada por otros.
Entretanto Eufrasio no encuentra buen acomodo en las escuelas públicas, no le va demasiado la instrucción militarizada de don Mario ni la limitada formación académica que le brinda don Manuel Moratinos. Pero, despierto, tampoco acepta con agrado la vida que se le prepara tras la barra del mostrador de su padre. Acude con interés a las clases particulares que le ofrece Isidoro Fernández, buen escribano y hábil contable; capta rápido cuanto le enseña Cañizares, un militar represaliado y expatriado que se busca la vida dando alguna que otra clase, a cambio de diez duros mensuales, en las que empeña mucho cariño y un interés ausente en muchas escuelas públicas, de las que Eufrasio salva con elogio el trabajo de don Tomás Boloz. Así es como completa, con buena letra y atinados números, su formación académica, más autodidacta que dirigida. Pero su futuro en el bar lo sigue viendo lejano.
Su hermano Juan, que lo entiende, ha leído la publicidad de unos cursos de fotografía por correspondencia que se realizan desde la Escuela P.C. de Barcelona y se plantea la posibilidad de interesar a su hermano en su seguimiento. Incluso se ofrece, y así lo hace más tarde, a pagar él mismo el primer envío.
La fotografía es por entonces en Arjona una profesión extraña y marginal. Ha habido un buen fotógrafo, Sánchez, del que se guardan magníficas reproducciones de su trabajo en estudio; Joaquín Ortega recoge su herencia, pero ve escaso futuro en su desarrollo en una población tan pequeña y se marcha a Jaén poco más tarde; Vicente Morales ocupa el hueco, pero las ganancias apenas se ven cuando el trabajo se reduce a limitadas impresiones en alguna que otra boda a la imagen de los recién casados delante o detrás de la silla encajados en trajes prestados y de su uso familiar. Con todo, Juan insiste, solicita el curso, paga las cincuenta pesetas del primer envío y le pasa su contenido a su hermano.
Eufrasio acepta, lee con interés aquella magia que se le ofrece en papel impreso. Conoce los inventos de Leonardo da Vinci, ve el trabajo de Daguerre, se entusiasma ante la posibilidad de repetirlos, compra sus primeros materiales, practica mucho… Y finaliza en dicha escuela sus estudios con lo que obtiene el diploma que lo acredita como alumno aventajado.
Su curiosidad le lleva a preguntar una y otra vez y acepta con benevolencia las respuestas a medias que le abren nuevos interrogantes. Insiste. Acude a los fotógrafos más cercanos, de Andújar, Aldehuela, León, Aurelio de Porcuna… Lee cuanto sobre el tema cae en sus manos y cuanto busca en las ajenas. Más formado, con los incipientes resultados aún húmedos, plantea a Vicente Morales – que ya se anuncia en 1944 como fotógrafo, “Foto V. Morales, 4 fotos, 3 pesetas. Se trabaja día y noche con luz eléctrica”. Datos y precio que mantendría durante varios años más - la posibilidad de asociarse en el trabajo. Así trabajan juntos un poco tiempo. Pero el negocio no da mucho de sí. Vicente pronto se retira y poco a poco Eufrasio se queda con el exiguo trabajo que ofrece la ciudad[1]. Sigue aprendiendo en cada nueva fotografía. Crece el interés ajeno al tiempo que su habilidad profesional. Los experimentos se suceden en cada impresión, los resultados se analizan y la técnica se perfecciona en cada experimento. El campo se abre más limpio. Será un pequeño local en la planta baja del edificio de Correos y Telégrafos en la esquina de la entonces Plaza de José Antonio (por siempre Plaza de los coches, ahora sin ellos), cedido por la generosidad del titular de la empresa pública en la localidad, D. Francisco Pulido, el que dé cobijo a sus primeras impresiones en positivo, tras los oportunos revelado y fijado. Un ingente archivo de la vida cotidiana en Arjona está naciendo.
Pero detrás de la puerta está la mili y con ella el miedo a perder lo conseguido hasta ahora. Piensa entonces que la solución está en su casa. Su hermano Salvador la tiene en sus manos y reconoce que su habilidad por el aprendizaje es pareja a la de tocar la guitarra o al arte de hacer que las bolas de las carambolas del bar de su padre hagan los recorridos justos para asombrar a propios y extraños y convertirlo en campeón inevitable de cada partida. Y al aprendizaje fotográfico se aplica ahora el joven Salvador. Atiende con esmero el incipiente negocio de su hermano Eufrasio, que mientras sirve a la patria en Córdoba, no deja de moverse en los círculos de su profesión, practica en sus parques y saca algunas pesetillas.
Al regreso de la mili, su abuelo Eufrasio le regala 15.000 de aquéllas y compra en la misma Córdoba, al fotógrafo Parras, sus primeras herramientas más aparatosas y sólidas: algún proyector de lámparas incandescentes, que proyectaban la luz amarillenta que más tarde habrá que trabajar, alguna impresora, una máquina más útil…
En la casa de su abuelo, en la calle Trinidad pasa las noches entre prueba y experimento, sorprendiéndose con los resultados o aceptando los errores con actitud positiva. Lee la revista Arte Fotográfico, se empapa de las innovaciones ajenas, trata de obtener los mejores resultados de los materiales limitados de las películas ortocromáticas, de alto contraste, adquiere lo que puede de los nuevos, aparece la película pancromática. Hay que aprender a diario, la evolución es muy rápida y no se puede perder el compás. Las mezclas de hiposulfito, ferrocianuro, hidroquinona, bromuro, carbonato sódico… hay que rehacerlas con cada material que surge, hay que trabajar intensamente para suavizar los efectos de las luces que se van empleando y, sobre todo, hay que retocar las imágenes. El cliente, cada día más exigente, quiere de sí mismo lo mejor que la naturaleza le ha brindado, incluso alguno le exige algún milagrito sobre la imagen. Y en ello anda Eufrasio, de día buscando trabajo, de noche dándole salida.
Arjona se le queda pequeña y lo busca fuera de ella. Hace reportajes en Escañuela y en Arjonilla. Aquí, incluso abre otro pequeño estudio. Se relaciona con personas de cada pueblo para que le ayuden en la búsqueda de más trabajo. Aplica, sin saberlo, la nueva técnica de los comerciales empresariales. A unos los comisiona, a otros les cambia la gestión por trabajo familiar… Mientras tanto, ha buscado cauces para ayudar en la búsqueda de salida profesional para su hermano Salvador, que pronto encuentra en Villarrobledo, más tarde en Mengíbar y, finalmente, en Jaén.
Y de este modo, poco a poco, Eufrasio se mete en las casas de los arjoneros, testigo necesario en nuestro devenir personal, se acerca a cada rito de paso en la vida de su ciudad. Tras su lente va a pasar la vida de sus convecinos: nacimientos, primeras comuniones, bodas, nuevos bautizos y vuelta a empezar. También acompaña, de vez en cuando, en el último tránsito de determinados personajes, porque aunque no es nada grato escoltar a sus paisanos en su despedida no evita el encuentro. Su dedo aprieta el pulsador e incorpora la imagen estática a la vida. No hay hecho esencial en nuestra ciudad que se resista a su hábil mirada: desde el escabroso suceso al aparatoso estruendo de cohetes y luminarias festivas; desde la inauguración más prometedora hasta el dolor del accidente. Todo lo que entonces interesa - por desgracia no todo lo que hoy es válido lo era en aquellos años – lo recoge con esmero. Porque tiene claro que el cliente siempre tiene razón. Se tiene que tragar explicaciones nunca dichas, aceptar justificaciones injustificables, aprende, anda el camino con más prudencia la próxima vez y rompe muchas fotografías.
Pero junto a este fotógrafo del día a día, al servicio del cliente interesado en conservar su mejor rostro para mostrarlo ante la mirada ajena, que es siempre crítica y forjadora de la verdadera imagen que ante sí recrea cada sujeto, coexiste el retratista de toda la vida, el artista que intenta preservar una mirada más trascendente sobre aquello que le rodea, al que importa tanto el perfil o la expresión del retratado como la naturaleza que va a dejar de ser idéntica transcurrido el disparo de la cámara, heredero de quienes desde la antigüedad, con otros medios han sabido plasmar la autenticidad de lo representado, desvelada la máscara de los artificioso y vano. Siempre supo distinguir entre su necesidad de encontrar un medio de vida con el que se siente gratificado y el recurso idóneo para dar salida a su especial percepción de la belleza con materiales plásticos a los que sabe buscarle sus mejores resultados.
Eufrasio se siente artista. Así es reconocido por los demás y se integra por méritos propios en el prestigioso Grupo de Artistas y Escritores los Nazaritas, como miembro de número. Tal vez si alguien no ha entendido en ocasiones su última percepción que acredita como artística una imagen la desvela con precisión si se le consulta. Es difícil comprender determinados lenguajes para los no iniciados y la imagen también necesita un código para su interpretación. La extrañas formas y los matices cromáticos del blanco al negro que aparecían ente las páginas de Arte Fotográfico son interpretadas por Eufrasio y a su modo trata de hacerlas suyas. Y experimenta y busca alternativas en la definición de su obra. Se esmera en la foto de carné, pero le dedica más tiempo a lograr determinados efectos entre la luz y la sombra, en sus negativos.
Sus experimentos para la realización de sus murales, necesitaría una intervención mucho más amplia que la desarrollase. Eran toda una obra de arte, muchas veces desarrollado sobre el mármol blanco, herencia del antiguo bar de su padre. En alguna ocasión tuve la oportunidad de aportar mano de obra en su realización. Era una labor de muchas manos. Las precisaban la colocación de la pequeña impresora en lo alto de algún armario para extender la imagen y la fabricación y manejo de cubetas específicas de revelados, que previamente se habían experimentado en formulas cabalísticas siguiendo algunos derroteros marcados por el inmenso libro - plurimanoseado y de pervivencia casi sobrenatural que editaba la casa Kodak -, que enfocadas adecuadamente eran limpiadas en su momento a varias manos por esponjas también artesanales, para seguir su fijado con otros productos obtenidos por el mismo procedimiento y el posterior secado. Manos que van y vienen bajo la voz inquieta y enérgica de Eufrasio mientras algunos colaboradores - cuando los sesenta acaban sus hojas de calendario y entre los que andaban su primo Paco o el emir Nazarita “Guin” (Santiago de Morales Lópiz) o el omnipresente Paco Sola (Francisco Criado Sola) - se distraían con la música novedosa y las portadas de los discos de vinilo que mostraban a una espléndida Massiel de mínima falda y amplia pierna o a la exuberante Salomé engalanada por vestido brillante de lentejuelas, sobreponiéndose al cardado imposible de un pelo impuesto.
Eufrasio se siente atraído por cuantas innovaciones aparecen en el mercado. Máquinas que se renuevan permanentemente. Sin intención cronológica recuerdo algunas de indescifrable pronunciación: Voiglander, Rolleiflex… Su obsesión es buscar el mejor objetivo, su fijación ajustar el mecanismo de obturación a los tiempos de exposición. Su meta: lograr un buen trabajo, con el que sentirse satisfecho, aunque como buen artista pocas veces lo ha sentido como definitivo.
Aplica tiempo y formación a la ardua labor del retocado. Llegó el momento en que no hubo mujer alguna en Arjona con el más leve defecto en la piel, ni grano en el rostro, ni arruga que desmejorase el rictus parejo al paso del tiempo. Pero había de pasar por las diestras manos de Eufrasio. Muchas horas detrás de la lupa con el negativo al trasluz y decenas de afilados lápices de variadas durezas hacían el milagro. Y tuvo tiempo de enseñar a algunos: a Pedro Sánchez Ollero, a Tere Fernández y, sobre todo a Manuel Bermejo Simón, al que le dio oficio en el que destacó de modo brillante.
Su trabajo exquisito es reconocido por los arjoneros, que lo citan para toda ocasión relevante y sus derivaciones artísticas son valoradas en todos los lugares donde los expone. Así recibe múltiples galardones:
IV Premio Nacional del Ministerio de Agricultura, por su trabajo “Oro español”, sobre la recolección de la aceituna y su transformación en las almazaras.
Premio en la Exposición Fotográfica de la Semana Vitivinícola de Valencia, por un reportaje desarrollado en las Bodegas Pérez Barquero de Montilla.
La Dirección General de la Guardia Civil le distingue por su trabajo: “El seguro de los campos de España”, imagen impactante que hemos tenido oportunidad de ver alguna vez, y siempre nos ha sorprendido, con un cardo en imponente primer plano y el perfil desde detrás de una pareja de Guardias, bajo capote y montados sobre sendos caballos, con un plano largo de los campos de Arjona y al fondo el perfil alineado de la ciudad. Premio que recibió de manos del Excmo. Sr. Marzal Albarrán, General de la Guardia Civil.
Entre otros premios de carácter nacional también recibió el de la casa de material fotográfico “Négtor”.
A nivel provincial también han sido muy bien valorados algunos de sus trabajos y por ellos ha recibido el correspondiente galardón. Recibió hace tiempo el Premio “Jaén y los veinticinco años de paz” y más recientemente el de la Diputación Provincial por su reportaje “Artesanos”, con el protagonismo de su buen amigo Manuel Álvarez Pérez.
Con todo, se resiste al color. Lo interpreta como un progreso necesario e inevitable, pero su vena artística se queda fijada en el blanco y negro. Y en esos tonos alberga su inmenso archivo nuestra historia, la de cada uno de nosotros, que a fin de cuentas hacemos la comunidad.
A Eufrasio Martínez no le retiró su jubilación cuando se despedía el pasado siglo porque su labor permanece en los hogares de los arjoneros y en el archivo ingente de una obra bien hecha, no en vano recoge la memoria gráfica de varias décadas en Arjona.”
Estoy convencido de que para Eufrasio son válidas las palabras que se recogen en el Apocalipsis 14,13 “… Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos porque sus obras los acompañan”.
MANUEL ANTONIO CARDEÑA PERALES
Cronista oficial de la ciudad de Arjona
[1] En el año 1954 ya se anuncia como fotógrafo en solitario.