Manuel Antonio Cardeña Perales
Cronista Oficial de la ciudad de Arjona
Pasaron unos ángeles. Ángeles cubiertos por rudos hábitos de parda estameña. Y encontraron en Arjona acomodo en casa humilde allá por el año 1895.
Llegaron de la mano de una pequeña y delicada monja, de limitada formación académica y mediana edad (había nacido en Sevilla el 30 de enero de 1846) un reducido grupo de compañeras, integradas en el Instituto denominado Compañía de la Cruz, aprobado en 1876 por el cardenal Lastra.
De aquella monja qué podría añadir a lo que en Sevilla y en más de cincuenta casas, repartidas por España, Italia y Argentina, no conozcan por sus obras. Carmona, asimismo, mantiene desde el año 1880 aún viva esta presencia y del silente paso de probada acción caritativa de sus hermanas por estas calles y sus gentes queda testimonio fidedigno.
Su nombre, María de los Ángeles Guerrero González, Angelita sugería su extrema fragilidad. En su humilde y numerosa familia no extrañó su temprana vocación pues de intensa religiosidad se tintaba su experiencia vital. Si no fue aceptada en las Carmelitas Descalzas, a pesar de la carta de recomendación de su confesor y director espiritual, el padre José Torres Padilla, fue por su propia debilidad física que presuponía ciertas limitaciones a la dura vida carmelitana. Si tampoco su débil salud le permitió superar la fase de postulantado en las Hijas de la Caridad en ningún momento estas frustraciones redujeron su intensa vocación por aproximarse a los más débiles, fiel a su lema de “hacerse pobre con los pobres para acercarlos a Cristo”
Mucho y bien se ha escrito sobre su carisma, “seré monja en el mundo”. “Su alma caminó de claridad en claridad, a través de las pruebas interiores más terribles”[1].
“Se le descubría la necesidad de rebatir con la vida de estas nuevas religiosas la corrupción de su siglo. Los librepensadores del tiempo piensan en las religiosas como en gente que no quiere trabajar y buscan una vida cómoda; y de las que se dedican a la caridad, no saben sino mandar sin que a ellas les falte nada. La regla de estas religiosas había de demostrar con el ejemplo que por sólo amor de Dios, se abrazan con todo lo contrario.
Había de reunir en una sola vida: la penitencia de los Padres del desierto con la caridad de san Vicente de Paul; la contemplación y pobreza de la más oculta religiosa con la vida laboriosa de quien trabaja para aumentar el socorro de los pobres.”[2]
Y a su lado, bajo su influencia benéfica, le siguieron vocaciones esforzadas, donde la oración, la entrega a los pobres y enfermos, creaban un ambiente de admiración desde sus inicios entre aquellos a quienes llegaba su acción benéfica y en cuantos la conocían. Tal vez bastara el ejemplo dado a la hora de la muerte de la fundadora (en junio de 1931) por el consistorio republicano sevillano, presidido por José González Fernández de Lavandera, al decidir por unanimidad que constase en acta el sentimiento por su fallecimiento y decidió se rotulase con su nombre la calle Alcázar, donde estaba y continúa el convento, al tiempo que por privilegio del Gobierno de la Segunda República se permitió que fuese sepultada en la cripta de la Casa Madre, si tenemos en cuenta el ambiente anticlerical imperante en la época.
No es de extrañar, por tanto, conociendo la humanitaria labor desarrollada por esta comunidad allá por donde se había ido estableciendo dicha institución, la extraordinaria acogida que en la recién nominada ciudad de Arjona, antigua villa, tuvo el conocimiento de su inmediata llegada.
Ligada de modo indisoluble a la historia de las Hermanas de la Cruz en Arjona está el templo de la Virgen del Carmen.
No sería descabellado trazar una semblanza del nacimiento de ambas y su desarrollo público en la ciudad y bien podría servir a tal efecto el texto que sigue sugerido en el momento de la rehabilitación del templo transcurrido un tiempo, ausente el mismo de celebraciones litúrgicas.
El templo se hallaba completamente lleno de fieles, las autoridades religiosas y civiles se encontraban situados en lugar preferente y el interviniente[3] toma la palabra:
“ ¡Papá, qué hermosa iglesia podría construirse aquí!- dice la pequeña, mientras tira de la mano con fuerza a su padre al que fuerza el paso, nada más terminar de subir la cuesta que sube de su casa señorial hacia el convento de las hermanas de Cruz que acababan de instalarse al final de la calle del Arco. Hacen un descanso en la placita, cerca de su fábrica de aceite y bajo la sombra de una de las acacias de agudas espinas y olorosas flores, que se alinean anárquicas delante de las casitas en una de sus aceras, alivian el calor de la tarde en la recién inaugurada primavera de ayer mismo. Ya ven, corría el año 1.896.
El 24 de octubre del año anterior en la casa nº 1 de la calle de la Puerta Nueva habían fundado convento las Hermanas de la Cruz, con Asilo para niñas huérfanas – en casa colindante donada por Dª Ana Arredondo Muñoz-Cobo y adquirida por 17.000 pesetas en los años cuarenta por Diego Galisteo Hombrados cuando ya su función asilar había dejado de ser necesaria - y en la calle que hoy lleva el nombre de su fundadora Santa Ángela de la Cruz, levantaron una pequeña capilla, la de San Rafael que recuerdan muchos y sobre todo muchas de ustedes con bastante cariño, supongo. Fue su capellán hasta 1927 don Francisco Alférez Fontiveros, que abandona la parroquia de la iglesia de San Pedro de Escañuela. La generosidad de Dª Rafaela Muñoz-Cobo y Úbeda colocó a su disposición los medios necesarios para que iniciasen su espléndida labor en beneficio de los enfermos y más desvalidos. Desde entonces hasta bien mediados del siglo XX el silencioso revuelo de áspero hábito de estameña nos fue habitual en su necesario trasiego por las calles de nuestra ciudad. Su labor insistente, desde la humildad de intermediación entre quienes tenían y quienes carecían de medios llegó a crear frases, como “pides más que la Hermana Paula”.
El caballero, don Isidoro Pérez de Herrasti, no olvida la petición de su hija Carmen y a la prematura muerte de la pequeña en París se presta a cumplir el deseo formulado aquella tarde, ordena se inicien las obras y cede la dote de su hija para que la administren las Hermanas de la Cruz. Nace esta iglesia en honor de Nuestra Señora del Carmen en 1.898.
Así se establece ese vínculo que tan estrecho ha permanecido casi durante un siglo entre templo, institución religiosa y el pueblo de Arjona. Y pasaron malos tiempos... Incluso al comienzo de los años cuarenta el capital de la Fundación de las Hermanas era insuficiente para atender el sostenimiento de la Casa y sus labores de caridad. Desde el Consejo Rector de la Congregación se vio necesario el cierre de esta Casa de Arjona si no se incrementaba el capital fundacional. Y allí surge la aportación de Dª Rosario Solés, Condesa viuda del Padul en unión de sus herederos, así como labores de reparación en la Casa y en las clases por el Marqués de Albaida. Se resuelve favorablemente la crisis. Sólo, más tarde, la desidia de algunos, la ingratitud de muchos y la indiferencia de la mayoría permitieron la ruptura de esa ligazón, que tal vez, egoístamente pensado, nunca debió de romperse. Pero la realidad se nos muestra en su dura evidencia: las Hermanas de la Cruz, agotada su función docente se recluyen en el Hospital de San Miguel, reducida su bienhechora labor a la asistencial de los enfermos, tanto en su residencia, como en la atención domiciliaria de quienes se lo pedían. Y ellas generosas se ofrecían… a cambio de nada. También fue reduciéndose esa atención y se marcharon. Desgraciadamente, se marcharon.”
En este último párrafo del interviniente, en este acto inaugural de la rehabilitación del templo, queda constreñido más de medio siglo de bienhacer de las Hermanas de la Cruz en Arjona, que en todo momento se ajusta a los principios esenciales de su ministerio, encaminado por el carisma fundacional de Santa Ángela[4]:
“-Visitar y asistir en sus domicilios a enfermos y necesitados, facilitándoles toda clase de servicios: prepararles los alimentos, ayudarles en sus tareas domésticas y asearlos. Procuran, de esta forma, apoyarlos material y espiritualmente, orientándoles en sus problemas y acercándoles el consuelo de las virtudes cristianas.
-Cuidar a enfermos solos o que la familia no puede atender, especialmente por la noche, llevándoles el consuelo de alguien que los quiere y se preocupa por ellos.
-Atender a los pobres y necesitados que acuden a las casas de las Hermanas de la Cruz en busca de ayuda o alimentos.”[5]
Continúa su intervención ensamblando, de algún modo, pasajes personales vinculados a la institución religiosa, ahora más centrada en su labor docente, con aspectos históricos, artísticos o patrimoniales del referido templo:
“Paralelamente se fue reduciendo el servicio litúrgico en el templo. Acabó perdiendo su función y el deterioro se hacía evidente con el paso del tiempo y la inutilidad de su espacio.
Atrás quedaban tantos momentos de la vida cotidiana de muchas generaciones de niñas, hombres y mujeres. El nombre de las Hermanas permanece, con todo, en los recovecos del túnel de acceso a su convento, entre las láminas de madera de la celosía del coro que ocultaban sus figuras y modulaban sus voces, entre las maderas de las tarimas en la sacristía y entre las refregadas baldosas de las aulas, donde el griterío de las niñas se atemperaba con el siseo de la Hermana Aurora, Remedios, Marta, Salud, Purificación, Angelina, San Fernando y otras más recientes como las Hermanas María o María de las Aguas, en tanto que Blasa Muñoz Anquela, una de las primeras niñas huérfanas acogidas en su Asilo, difícilmente controlaba la explosiva vitalidad de las más pequeñas. Y a las sesiones de lectura y escritura, con algunas cuentas y problemas de las matemáticas de la vida cotidiana, que diríamos hoy, le sucedían las labores de la tarde, los rezos elaborados en cansina salmodia que adormecía a las más trabajadas que eran bastantes las que ocupaban buena parte de quehacer diario en completar las faenas interminables para las madres de siempre. Que si ve a la fuente por el agua, que si has de buscar la greda para fregar los platos, que si tienes que ir al horno para preparar los roscos y las tortas para las celebraciones o días de fiesta, cuando no asar los pimientos. Y procura no echar demasiada palabra a las que pasan por la calle cuando arregles la puerta, que se te van las horas muertas…
Y mientras los muchachos dejábamos pasar los días hasta alejar la dura infancia y teníamos que conformarnos, con llegar un poco más tarde a las escuelas del Bombo o a las del Ave María para ver pasar a las mozuelas, o seguirlas de cerca, o hacer méritos para acudir a recoger la mantequilla y la leche de los americanos, allá en las décadas de los cincuenta y sesenta, en los enormes lebrillos y cántaras de latón después de la ópera manufacturera de las monjas, lo que nos facilitaba desvelar al secreto de algunas habitaciones de su convento y poder hablar con algunas de sus ayudantas de uniforme azul, camisa blanca y pelo recogido en lacias coletas o rizos controlados. Cuando la Academia “Virgen de los Dolores” empezó a funcionar algo cambió ya: los recreos, las entradas y salidas facilitaban un mayor tiempo cerca de las ventanas, pero el trasiego no siempre era bien visto por quienes tenían labores de control en nuestro ir y venir. Incluso alguno para llamar la atención probó a explotar un cohete sin varilla, que se había caído sin estallar en la puerta del Baturro al pasar la procesión de San Antonio por su puerta, colocándolo en una esquina al pie de la torre y a muchos de los que compartieron la fechoría les faltaron calles en el pueblo para escapar del susto, la humareda y la bronca que se les venía encima nada más que don Manuel Álvarez oyese la protesta de la superiora.
Atrás quedaron los pequeños bancos laterales y los que en los domingos rellenaban la parte central para aumentar el aforo de ocupación, como las salidas masivas de los hombres que, instalados de pie tras los bancos que llenaban las mujeres, aprovechaban la proximidad de la puerta y el tiempo del sermón, cuando tras el Concilio eran obligatorio decirlos – se comentaba -, pero no parecía que fuese el escucharlos, para fumarse algún cigarrillo mientras se comentaban las noticias divinas y humanas, sobre todo.
Atrás parecía quedar esta iglesia de propiedad particular, mandada labrar por el Excmo. Sr. Conde de Antillón, en memoria de su fallecida hija Carmen. Lejanos en la memoria permanecían el inicial retablo central del valenciano Francisco Font y las imágenes de San Rafael, San Gabriel, en la parte central a ambos lados del manifestador, las de San Isidoro y San Antonio a la derecha y a la izquierda, las de San José y San Joaquín. Lo presidía una bellísima imagen, del mismo escultor valenciano y en las capillas laterales un san Francisco de Asís, atribuido a Martínez Montañés y traído por las Hermanas de la Cruz de una iglesia sevillana, y un Sagrado Corazón de Jesús también del Sr. Font centraban las devociones de tantos arjoneros y arjoneras.
Atrás quedaron sus capellanes, Don Francisco Alférez, del que ya dimos noticia, de grata memoria por su fama de rectitud, humildad, su caridad y sus aleluyas o coplas morales que insertaba con gran habilidad e improvisación entre los misterios del Rosario. Transcribo algunas que pudieran parecernos llamativas por su severidad en los tiempos que hoy corren, pero acordes con el pensamiento a principio del pasado siglo y que cuando leí me pareció oportuna su relectura. E incluso puede que no nos parezcan otras tan lejanas. “Para la Feria, de bote en bote, la calle Soria; a las Jornadas de la Virgen, ni una persona” Y seguía el estribillo: “Viva María, Viva el Rosario, Viva Santo Domingo que lo ha fundado”. O aquella otra: “En la Puerta del Infierno hay una modista, que le corta las faldas a las señoritas” Y seguía, como siempre, el estribillo. Capellán también lo fue don Bartolomé Torres Quirós, más tarde párroco en Jaén de la Magdalena y Rector del Seminario diocesano.
Atrás quedó la destrucción, en la contienda civil, de retablos, imágenes y mobiliario; el uso de la iglesia como economato y de alojamiento para muchos que iban de paso - lo que la preservó del fuego -; y su reutilización como sede de la parroquia de San Juan, al ser la única iglesia que se había preservado casi en su integridad para todos los cultos de las dos parroquias, finalizada aquélla. En esta iglesia cantó su primera misa, el día de San Juan, 24 de junio de 1.941, don Manuel Álvarez Tendero. Era párroco el Prior, don Juan Antonio León García, y coadjutor don Basilio Martínez Ramos.
En abril de 1.943, tras la Semana Santa, se trasladó a esta iglesia la Virgen de los Dolores y se colocó en el altar mayor hasta 1.945 en que trasladó a Santa María. Fue este año de 1.945, cuando para celebrar las Bodas de diamante de la Fundación de las Hermanas de la Cruz, se restaura de nuevo el templo. El mecenas será ahora don Antonio Pérez de Herrasti, Marqués de Albaida, que costeó todos los gastos de retablos, imágenes y decoración. Procuró que el retablo mayor, hecho en la casa Garcés, de Valencia, fuese copia exacta del primitivo, mejorando su calidad, con un Sagrario en plata con baño de oro, pero las imágenes en sus hornacinas nunca se repusieron. Se abrió al culto en el año 1.948. Y el ceramista andujareño Aldehuela elaboró un artístico mosaico para su portada que sustituye al desaparecido.
Bendijo esta iglesia y puso el Santísimo en ella traído desde la vecina capilla de San Rafael, el Sr. Prior D. Juan Antonio León García que junto con el administrador del Sr. Pérez de Herrasti, don José Gil Fuentes, dirigieron estas obras.
La imagen de la titular, sale ahora de las manos del escultor granadino, José Navas Parejo, desde el modelo de su nieta María de los Ángeles también fallecida muy joven y fue premiada en numerosos certámenes nacionales e internacionales. Estuvo en un tris de que se la quedasen los Carmelitas Calzados para instalarla en la Basílica del Monte Carmelo en Palestina. El niño Jesús es copia del que está en el regazo de la Virgen del Carmen, de Mora, en la iglesia de las Carmelitas Calzadas, en Granada. También se dotó a la iglesia con una custodia de plata repujada y dorada, donación de, Dª. Rosario de Yanguas Messía. En las capillas laterales se colocó de nuevo un Sagrado Corazón de Jesús, propiedad de las Hermanas de la Cruz y una imagen de la Virgen de Fátima, propiedad de don Carlos Valdivia. El famoso Belén con figuras más pequeñas que las espectaculares existentes con anterioridad se volvió a instalar con decoración de fondo pintada por Benito Ramírez.
Y así nos llega ahora, rehabilitado el templo, de nuevo para uso y disfrute de todos los arjoneros, que guardan en un rincón de su memoria, parte de su existencia adherida por infinitud de vivencias, este espacio entrañable. Y mientras, el crítico opina que es difícil de entender la síntesis de este monumento de cuerpo de una sola nave de crucero, bóveda de cañón, en el que el clasicismo de la fachada, coronado por tímpano triangular, debe competir con el concepto amudejarado de la torre adosada que forma el campanario de esta ermita. Ajena al conflicto estético, su modelo, de doble cuerpo, en la iglesia de Santa Ana, en Plaza Nueva en Granada, la mira con envidia, y recela que su hermana más joven en la campiña arjonera, más esbelta y elegante, alcance la proximidad al cielo con mayor galanura. Pero todo queda claro, y hasta diáfano, si entendemos que Andalucía es un permanente crisol puesto al fuego donde se funden las diversas civilizaciones que nos visitan. El resultado posterior de esta magna ebullición ya no es ninguna de las partes en litigio, sino un tercer resultado, de síntesis, mucho más hermoso en el que como aquí, es posible combinar la rectitud de las aristas neoclásicas con el candor de las ventanas geminadas o aleros musulmanes donde anidan golondrinas que santiguan al cielo de poniente.
Y todo esto permanece en el patrimonio de los arjoneros por su propia voluntad”.
De este modo queda el templo rehabilitado y en uso donde los servicios litúrgicos y las funciones de servicio cultural laico, se van alternando en justa simbiosis regulado por el correspondiente expediente suscrito entre las autoridades competentes, pero la presencia física de las Hermanas de la Cruz sólo permanece en la memoria agradecida de los arjoneros.
Quedan, sin embargo, elementos materiales que mantienen vigente para ellas este aprecio y reconocimiento en la ciudad: en el callejero, el nombre de Santa Ángela de la Cruz, como decíamos donde se ubicó su primer alojamiento; en la casa donde se instaló el colegio por ellas regentado, un magnífico azulejo sevillano con la imagen de San José, titular que dio nombre al Colegio; unos espléndidos cuadros de la Santa, en lugar preferente en los templos de Nuestra Señora del Carmen y del templo parroquial de San Juan Bautista; una bella imagen de la Santa, donada por la familia Cantero Minaya, instalada en el templo parroquial de San Martín de Tours[6].
En los días previos a la festividad de la santa (5 de noviembre) se celebra en dicho templo un triduo y ese mismo día una celebración festiva en su honor. Al finalizar ésta se procesiona por los alrededores del paseo del General Muñoz- Cobo con una gran concurrencia de fieles devotos a Santa Ángela. Son días en los que se repite a coro el himno que a la fundadora de las Hermanas de la Cruz se le dedica con el texto que sigue:
ERES DE TODOS
Camina el pueblo unido
buscando otros caminos
que le lleven a la paz;
contigo Sor Ángela en Sevilla
se vio la maravilla
de darse a los demás.
(Estribillo)
Eres del pueblo
y al pueblo tú te das;
eres de todos
y del que sufre más.
Hoy desde el cielo
no dejes de mirar
a tu Arjona
Sor Ángela. (Fin del estribillo)
Hacerte pobre con los pobres,
llevándoles a Cristo
sería tu ideal;
tu vida llena de esperanza
nos habla de otra vida,
de amor y de unidad
(Estribillo)
Te acercas a todos los que sufren
curando sus heridas
llevándoles la paz;
te acercas al niño y al anciano
y al joven que desea
vivir en la verdad.
(Estribillo)
Asimismo, en el año 2003, en un acto entrañable para los arjoneros, “Fiesta del Arjonero Ausente”, el día 22 de agosto, centrada la Fiestasantos[7], se hace entrega de la “Aceituna de Plata”, (principal distinción con la que se reconoce a personas o instituciones de especial relevancia en la trayectoria vital de la ciudad y sus gentes) por parte de la Real y Venerable Hermandad de los Santos Forasteros y de San Bonoso y San Maximiano a las Hermanas de la Cruz.
Y es que no fue una siembra en tierra estéril. Las Hermanas de la Cruz pronto encontraron respuesta entre las jóvenes arjoneras. Muchas de sus generaciones aprendieron, se formaron, se empaparon de su espíritu y las recuerdan con emoción y gratitud. Incluso fueron varias de estas jóvenes las que encontraron válida su estela y dieron fruto desde sus conventos. Entre ellas podíamos citar a Francisca Gracia Mena (Ayamonte, Arjona, Écija), bajo el nombre de Hermana Adoración; a Francisca Galisteo Vallesquino ( Jerez de los Caballeros, Sanlúcar de Barrameda) con el nombre de Juana Antonia o a la hermana Amor de Dios (de apellido Sarrión, en “el mundo”). ¡Qué duda cabe que bien puede quedar reflejada en la historia de la vieja Urgavo que durante más de medio siglo también por Arjona pasaron
[1] http://www.santaangeladelacruz.es/biografia
[2] http://www.santaangeladelacruz.es/biografia
[3] El mismo cronista que suscribe
[4] El Papa Juan Pablo II la beatificó en Sevilla el 5 de noviembre de 1982 y la proclamó Santa el 4 de mayo de 2003.
[5] Revista Hermanas de la Cruz, nº 24. 21 de mayo de 2.004
[6] El día 3 de agosto, coincidiendo con la festividad de Nuestra señora de los Ángeles y con la efeméride de la fundación de la congregación de las Hermanas de la Cruz, se procedió por parte del Párroco de Arjona D. Pablo Luis Armero García, a la bendición de la nueva imagen de la santa. Hace unos años fue bendecida otra imagen, recientemente restaurada y de ejecución mejorada..
[7] Denominación popular de las fiestas patronales, en Arjona, en honor de los mártires en la persecución de Diocleciano (año 308), San Bonoso y San Maximiano.